Esta ranita pequeña (3 cm) fue descubierta en el Barrio Villa Flora en Mayo de 1959 y se la encontraba en Quito antes de que empiece el acelerado crecimiento urbano. La herpetóloga Ecuatoriana Ana Almendáriz de la Escuela Politécnica Nacional y el entonces estudiante de biología, Luis Coloma, la vieron por última vez en Chillogallo, en 1983. Se la creía extinta, pero en el 2007 el investigador británico Morley Read redescubrió una muy pequeña población remanente en las cercanías del Valle de los Chillos, cerca a Quito. Los científicos de la Iniciativa Balsa de los Sapos, liderados por Coloma, realizaron inmensos esfuerzos para criar en laboratorio a varios renacuajos, cinco de los cuales sobrevivieron hasta llegar a ser adultos. No obstante, su reproducción requiere de ensayos cautelosos con las condiciones apropiadas pues son ranas muy sensibles a cambios de la temperatura y humedad. Se mantienen en un cuarto frío a una temperatura de alrededor de 12 grados centígrados. Lo cierto es que hasta la presente no se ha logrado su reproducción. Si se lo lograre, estas ranitas son las candidatas ideales para ser reintroducidas a zonas naturales en Quito, que podrían ser riachuelos en el Parque Metropolitano del Sur o el de Las Cuadras.
A diferencia de muchas ranas, esta especie es activa en el día. Viven cerca de riachuelos y los machos tienen un comportamiento sorprendente. Los huevos son puestos en sitios húmedos y cuando eclosionan los renacuajos, el macho los carga en su espalda y los transporta y lleva hacia un riachuelo, en donde son liberados para ahí desarrollarse y metamorfosearse.
Los 5 sobrevivientes de esta ranita Quiteña —actualmente en el programa de manejo ex situ de la Balsa de los Sapos— ahora enfrentan un peligro adicional, su posible muerte súbita por la inexperiencia de las personas actualmente encargadas de su mantenimiento (véase la nota El Arca de Noé de los Sapos se hunde publicada el martes 7 de Diciembre de 2010 en este blog).